El viernes por la noche, mi padre veía televisión mientras comía. Era una buena oportunidad para sentarme a su costado y conversar, en este caso acerca de mi futuro. Conversando de cualquier cosa, le dije lo mismo que a mi madre, que tenía un problema y que quería compartirlo con él.
-Voy a ser abuelo? -preguntó adivinando al igual que mi madre.
-No, no es nada de eso. -mentí.
-¿Entonces? Cuéntame, puedes confiar en mí.
Me paré, cerré la puerta, saqué el sobre de la ecografía de mi bolsillo, lo abrí y se lo puse en las manos.
-Papá ¡Vas a ser abuelo! -ya llorando y abrazándolo.
Mi padre me consoló, también me abrazó.
-Espero que esto te sirva como un impulso, como un empujón para que hagas mejor las cosas, para que ya no pierdas tanto tiempo, y esto tómalo como una bendición.
Ya han pasado tres días y no se ha dicho nada del tema. Mis padres se han peleado y tienen otras cosas en la cabeza. Quisiera también que me ayuden a buscar una solución, por lo tanto quisiera que también se solucionen los demás problemas.
Tanto en mi papá como en mi mamá, exageré. Para no recibir llamadas de atención ni gritos, me hice la víctima, obviamente no la victima ante Jova. Pero sí solté ese llanto para hacer notar un estado deprimido y mortificado que no necesita de llamadas de atención ni de la famosa palabra "hubieras", sólo necesitaba abrazo de padre a hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario